Siempre
he defendido que a mi querido Sevilla F.C. no se le puede pedir lo imposible.
No se le puede pedir que borde el fútbol siempre dominando de principio a fin
un partido. No se le puede pedir que cuente sus partidos por goleadas. Hay que
ser conscientes de lo que somos, y no somos el Barcelona (tampoco tenemos sus
millones). A los jugadores no se les puede exigir que nunca fallen. Son humanos
y, como todos, a veces se equivocan. Incluso los mejores jugadores del planeta
lo hacen.
Lo que
sí le exigiré siempre a los jugadores de mi Sevilla F.C. es que se vacíen
en el campo defendiendo esa camiseta. Que corran, presionen, peleen cada balón,…
Que suden la camiseta. Que no nos avergüencen a los aficionados con su actitud,
porque defienden la camiseta del equipo más grande, por historia y títulos, de toda Andalucía. Y ellos tienen el privilegio de defender esos colores.
Prometo
que será la última vez que hable en este blog del anterior inquilino del
banquillo sevillista, pero aparte de ser un señor enormemente limitado en
conocimientos como entrenador, el Sevilla de Míchel era un equipo sin alma. Un
equipo que jornada tras jornada nos avergonzaba a todos los sevillistas, salvo
partidos muy muy puntuales.
Por
suerte, todo apunta a que el equipo ha recuperado ese alma. Ese espíritu. Ese “dicen
que nunca se rinde”. Por supuesto que habrá partidos en los que las cosas no
salgan. Pero si la actitud de los jugadores es la del día de hoy contra el
Granada, los éxitos a buen seguro llegarán.
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